PRIMERA PARTE
El Patrimonio tiene una serie de dimensiones, las cuales según el enfoque que le demos priorizaremos unos valores sobre otros. Según miremos el objeto y nos relacionemos con él, extraeremos diferentes contenidos. Según queramos utilizar un concepto u otro de patrimonio, utilizaremos uno u otro modelo educativo patrimonial.
Tomemos el patrimonio como un árbol, el que se hallan las raíces, el tronco, brazos, ramas, hojas, flores y frutos; y ello porque una explicación abreviada sobre un buen ejemplo suele ser más provechosa.
El patrimonio cultural es un árbol en su conjunto, es el objeto que vemos. Tiene un valor estético, formal, económico o material.
Si nos detenemos a mirarlo de forma más minuciosa, vemos que se compone de más elementos.
Las raíces serían el contexto histórico, social, es su esencia, no se ve a primera vista, está oculta, necesitamos que nos expliquen el porqué, es la base de un proyecto (hay un espacio, temporal, histórico, de pensamiento, que invitó a su realización, es la esencia que sujeta el resto del objeto, sin ello no sabemos porque unas personas se tomaron la molestia de construir el objeto, sea una edificación, de pintar un cuadro, de forjar una escultura. Hay que interpretarlo. Es el saber conceptual.
El tronco, es el soporte, la base que sostiene el resto de elementos que lo conformen y forman parte de él. Podríamos decir que es su enfoque simbólico. Sabemos que es un manzano, un roble, o un castaño. Sabemos al conocer el tipo de árbol, que imbricaciones va a tener, sabemos que vamos a encontrar un determinado tipo de hoja, un determinado fruto. Sería como que al ver una Catedral sabemos que es un edificio religioso, y además si sabemos que es gótica, sabremos el tipo de estructura arquitectónica nos vamos a encontrar. Es el saber procedimental.
Los brazos del árbol, sus ramas, son las preservadoras del fruto, de las hojas, son las que sujetan y preservan la belleza del color, el fruto que nos alimenta, es un saber actitudinal, sobre ellos realizamos los comportamientos de preservación y cuidado, realizamos la poda, clareamos, protegemos de insectos dañinos. Además, tendemos a usar productos no agresivos en su conservación, buscamos su protección biológica, que preserve su esencia natural. No sirve cualquier forma de protección, debemos respetar su identidad. De igual modo con el patrimonio, se debe conservar, preservar, para que nos de buenos frutos y siempre sea bello.
Las hojas y frutos son las vivencias de nuestro árbol, generan el vínculo con nosotros y forman parte de nuestra identidad. Son los valores, el árbol añade un valor, ya sea económico por el valor de su fruto o de su madera, ya sea instrumental pues sirve para dar sombra, ya sea histórico pues se trata de un árbol centenario, ya sea simbólico, pues es el árbol un ser que arraiga en nuestra tierra, es espiritual e identitario, sirva de ejemplo el árbol sagrado de los celtas, el roble (árbol de Guernica vasco), el Drago (árbol canario).
Tiene un valor estético pues nos ofrece sus colores en las diferentes épocas del año. Tiene un valor emotivo, si paseamos junto a él, o lo vemos todas las mañanas al despertar. Pues con el patrimonio cultural ocurre de igual modo, tiene valores instrumentales, económicos, formales, históricos….
Pero ¿dónde reside y conducen todos estos valores?, a la sensibilidad, a establecer un vínculo personal con el ser (caso del árbol) o con el objeto (caso de un bien material patrimonial). Es necesario tener sentimientos respecto al bien que tenemos delante.
Para poder acceder a este patrimonio cultural, entenderlo y respetarlo, se hace necesario tener valores, valores en su concepción más amplia, es necesario educar en valores que nos lleve a que cuando trabajemos el contenido patrimonial seamos capaces de vehiculares emociones, ideas, creencias, identidades, respeto.
¿Cómo alcanzar estos valores?, creo que es necesario trabajar el amor.
El amor como grandeza de corazón, fomentando los altos pensamientos, con el conocimiento de las grandezas divinas y de las humanas.
Parece que se identifica el patrimonio con lo antiguo, y lo antiguo con lo inservible, y las nuevas generaciones pueden caer si no tienen conocimiento, en su destrucción por falta supuesta de valor, por ignorancia. En un mundo mercantilizado, donde todo tiene un precio, el patrimonio no escapa a ello, y parece que sólo se debe proteger lo catalogado, lo que se guarda en museos, y es así porque tiene mucho valor. Pero, ¿dónde reside realmente la necesidad de conservar? Las personas conservamos porque damos valor a lo que guardamos, y ese valor tristemente sigue siendo en primer lugar el económico (mal llamado valor pues carece de valor en sí mismo, salvo el que el hombre artificialmente le ha querido dar) realmente existen otros valores, antes mentados, (sentimentales, religiosos, identitarios, la belleza) para llegar a entender estos otros valores, es necesario educar en la sensibilidad, en el respeto, es decir, en valores en toda su pluralidad y diversidad, y esos valores previamente trabajados los podremos canalizar hacia objetos ya sean materiales e inmateriales.
Caemos en las falsas apariencias, en lo lejano, solemos no valorar lo próximo, idealizamos lo desconocido, ¿Cuántas veces pasamos por delante de edificios de nuestra ciudad, que ni conocemos, que despreciamos porque los vemos todos los días? Los tenemos vistos, pero ¿vemos o miramos? ¿nos paramos a preguntarnos por ellos? ¿sabemos sus raíces, su tronco, sus hojas?, simplemente pasamos de largo. Si no somos capaces de ver lo más cercano, de sentirnos emocionados por el prójimo más próximo, ¿podemos entender y emocionarnos con lo lejano?, Es necesario tener una educación en valores, que nos permita sentir como propio la muralla china, y de igual forma sentir la universidad Cisneriana. Para respetar el patrimonio hay que crear un vínculo con él, independientemente del bien que podamos tener delante, debemos ser capaces de cultivar y extender nuestras emociones.
Al tener sensibilidad tendremos admiración y esta nos llevará a su respeto y a su protección. Además, tomar como algo nuestro el patrimonio de cualquier lugar del mundo, al haber conseguido generar ese vínculo del alma, (amor) y el objeto, nos llevará también a crecer en el amor a nuestro semejante, a la persona, y podremos compartir sus deseos, anhelos, alegrías, preocupaciones, sufrimiento. La diversidad se convierte en identidad compartida.
Gema Cerezo Garrido
Profesora de Historia y Geografía
Colegio Alborada
Fotos @FJBerguizas