He conocido, a lo largo de los años de docencia, auténticas madres coraje que han sacado a sus hijos adelante con un empeño y acierto ejemplares. Recuerdo una de ellas que quiso dejar su trabajo, para dedicarse plenamente a la educación de su hijo autista. Este chaval sacó su Bachillerato brillantemente y ahora es estudiante de una ingeniería. He visto a padres con una serenidad y paciencia enormes con hijos suyos, que han tenido adolescencias bastante revueltas. Para un profesor, poder hablar periódicamente con los padres de algunos de sus alumnos es una fuente de ayuda de primer orden en su tarea. Esto es así porque la familia constituye la raíz de la educación.
2.- El colegio eficaz es el que asume la educación, como un proyecto compartido entre padres y colegio.
Toda la educación académica descansa sobre el fundamento de la educación afectiva, cuya fuente principal está en la familia. Los frutos del árbol de la educación serán estupendos si las ramas escolares surgen en armonía con las raíces y el tronco familiar. Los padres tienen mucho que decir respecto a la educación de sus hijos, ya que son sus primeros protagonistas. A su vez, el colegio supone para ellos una fuente de conocimiento respecto de sus hijos. También es muy interesante que el centro escolar ofrezca una formación a los padres, dada por especialistas, acerca de cómo pueden mejorar su calidad educativa como padres. Esta sinergia entre familia y escuela es fuente de beneficios para los alumnos.
Las motivaciones para elegir un colegio son múltiples, pero pienso que hay dos fundamentales: un centro escolar académicamente competente y un lugar donde los hijos sean felices. Lo primero puede observarse en el buen desarrollo de las promociones escolares, en el prestigio de los profesores y en un modelo educativo de excelencia. Para esto, son convenientes varios factores: una educación personalizada basada en una tutorización personal de los alumnos; así como unas adecuaciones, cuando sean precisas, a las circunstancias personales de chicos y chicas. También es conveniente un proyecto educativo innovador donde se conjugue la exigencia en las asignaturas con una metodología pedagógica y tecnológicamente de vanguardia. Hace falta un conocimiento serio de asignaturas fundamentales, así como una atención predominante de los idiomas y de destrezas adecuadas a un mundo globalmente comunicado. Pero, ante todo, es preciso un decidido compromiso en la evolución académica y personal de los alumnos.
La felicidad de chicos y chicas requiere de un marco de convivencia donde se les comprende y se les exige. Un lugar donde puedan ejercer su libertad, en el marco de una autoridad que se esfuerce por pedirles lo mejor de sí mismos. Un entorno donde virtudes como el orden, la constancia en el trabajo y el buen trato con sus compañeros y profesores no son solo deberes, sino también fuente de satisfacción personal. La identidad cristiana de un colegio, con exquisito respeto a las convicciones religiosas de las familias, supone además un estímulo para la motivación y práctica educativas.
Unas buenas instalaciones resultan necesarias; pero sobre todo es la instalación de un proyecto educativo, optimista e ilusionante, la que ayuda al desarrollo de las capacidades de los hijos. El número de aulas por curso, y de alumnos por aula, tendrá que conjugar la viabilidad de la práctica educativa del colegio con unas condiciones que posibiliten el trabajo razonable del profesorado, cuidando a los docentes como piezas clave de la educación. La referencia al domicilio tiene su lógica influencia, pero no puede ser un factor determinante en una sociedad libre donde lo que nos jugamos es lo que los padres consideran mejor para sus hijos.
Asistí a una conferencia de Víctor García Hoz, primer Doctor en Pedagogía español. Recuerdo que hubo un momento en el que relató una anécdota significativa: un chico llegaba a su casa desde el colegio. Su padre le preguntó qué tal habían ido el día. El muchacho respondió: “hoy lo he hecho mal, pero mañana lo voy a hacer mejor”. En esta sencilla historia veo reflejada algo nuclear de la actividad de un alumno; y también de un profesor. Un docente competente, en mi opinión, es el que admite sus fallos y se propone mejorar día a día. Los profesores aprendemos de los libros –no hay que olvidarlos-, del ejemplo de nuestros colegas, y muy especialmente de los alumnos. Hay que escuchar a los estudiantes, y hay que admitir que tenemos que mejorar como profesionales de la educación. En este sentido es interesante el asesoramiento que un profesor experto puede dar a otro con menos horas de vuelo; y viceversa: los mayores también tienen que aprender de los más jóvenes. Esto último es claro en el uso de los recursos y aplicaciones que surgen en un mundo de acelerada evolución tecnológica. Quisiera decir también, como cristiano, que la oración ayuda mucho a la hora de asimilar aspectos de una profesión apasionante, pero a veces dura, como es la enseñanza.
Para poder educar a nuestros alumnos hemos de intentar ver las vidas desde sus ojos. No para permitirles todo, sino para sacar de ellos todo lo estupendo que llevan dentro. Cada chico y chica son irrepetibles. Hay que intentar que ellos sean los protagonistas de su propio aprendizaje, que saquen a relucir su genio y figura personal. Esto requiere tener un serio aprecio por cada uno de los alumnos.
La atención a los alumnos requiere de buscar lo mejor para cada uno de ellos. En este sentido los alumnos con necesidades especiales, son una especial fuente de progreso educativo. Un colegio ha de atender diversas situaciones personales. Sin embargo, como demuestra la elección de muchas familias, hay alumnos en estas condiciones que pueden progresar más y mejor en colegios óptimamente preparados para la educación especial, donde los chicos y chicas se ven integrados en unas circunstancias que se adecúan a su situación real, que es de la que hay que partir para que su desarrollo personal sea el mejor y contribuya, cada vez más, a mejorarnos a todos.
José Ignacio Moreno Iturralde
(profesor del Colegio Alborada de Alcalá de Henares)