El colegio y la formación de las virtudes humanas

Entre los muchos exámenes que he corregido en mi vida, hubo uno de un alumno que me llamó especialmente la atención. En un momento determinado decía: “cuando voy a clase de Don… creo más en su asignatura, creo más en la vida”. No me extrañó la alusión a ese profesor, quien tenía una gran competencia profesional, una estupenda capacidad de hacer de su clase una tertulia, y una asombrosa paciencia con sus alumnos. Aquel “profe” sabía de lo suyo, y sabía querer.

Un profesor o profesora tiene que saber de su asignatura, procurar hacerla vida propia, y transmitirla con convicción y alegría.

Sé que decir esto es mucho pedir; ya quisiera poder estar a la altura de estas palabras; pero hay que intentarlo una y otra vez. La innovación pedagógica y tecnológica, los idiomas, así como el desarrollo de diversas capacidades en los alumnos, son tareas necesarias en las que conviene ser puntero. Pero la educación, ante todo, ha de ser una labor muy humana: una actividad donde se aprecia, respeta y exige, a chicas y chicos. La imagen que me viene a la cabeza para representar un colegio es un coro. Allí, cada uno participa personalmente de una sintonía común. En los ensayos hay muchos fallos, pero poco a poco se llega a cantar bien; es decir: se aprende a poner belleza y tono al mundo. No es sencillo trasladar esta imagen al conjunto de la tarea colegial; pero es bueno esforzarse en hacerlo. Las virtudes humanas son capacidades operativas fundamentales, forjadas en multitud de actos concretos. Son los hábitos que nos permiten vivir con más acierto, para que cada persona -palabra que etimológicamente procede del término “personare”: sonar a través de- viva la vida con más armonía.

La educación en las virtudes no supone añadir más aprendizaje, sino vertebrarlo: hacer del esfuerzo un elemento atractivo de superación.

Esto es así porque la virtud busca el bien, haciendo hermosa la existencia. Si se quiere hacer una tarea experta en humanidad hay que cuidar con empeño las tutorías personales con los alumnos, y también con sus familias. Una tutoría bien hecha multiplica la eficacia educativa. Otra vertiente de éxito es cuidar a los docentes, humana y laboralmente, sabiendo orientarles y exigirles, al mismo tiempo que se fomenta su libertad personal a la hora de dar clases. Además, un proyecto pedagógico bien pensado y flexible se potencia si está enraizado en el conocimiento de una antropología realista, positiva y colaborativa. Estudiando lo que es la inteligencia y el corazón humano sabremos dar propuestas educativas más satisfactorias. La dimensión espiritual, iluminada por la revelación cristiana, tiene mucho que aportar al respecto para el que quiera estar interesado.
Los inconvenientes para lograr buenos frutos educativos son grandes, pero la luz que ilumina el empeño docente puede ser mayor. La tarea de educar a jóvenes es muy sufrida, pero enormemente importante. Cada alumno, cada alumna, que han de ser atendidos cuidadosa y curricularmente en su personal diversidad, representa a la humanidad. Lo que se edifica en ellos civiliza la sociedad. Es un trabajo que se construye con conocimiento, con virtudes y con la alegría de ver a los chicos y a las chicas desarrollarse con libertad, de modo virtuoso, y con la capacidad de dar una respuesta eficaz y atractiva a la aventura de la vida.

José Ignacio Moreno Iturralde
Profesor de Bachillerato
Colegio Alborada

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